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El último grupo de sabios que aún seguía manteniendo los antiguos rituales y todavía se reunía periódicamente estaba conmocionado. Malos augurios, malas noticias, malos presentimientos... todo parecía apuntar al mayor de los desalientos. Había un gran debate, no con gritos y sobresaltos, sino con miradas y cortos comentarios que expresaban lo que todos pensaban. Se acercaba la hora y no estaban en absoluto preparados; dispersos, desentrenados, desorganizados... tras el último cisma dentro de la orden, muchos se separaron para no volver, algunos murieron y sus sucesores o herederos nunca fueron iniciados y ahora a saber quiénes eran o dónde podían estar. Había un concenso común entre los cinco; de cualquier manera, como había venido sucediendo cada 300 años, al final todos terminarían reunidos. Siempre pasaba, el destino conspiraba para que aquel anónimo noble y bizarro, el otro espíritu puro o ese antihéroe despistado y negado terminaran uniéndose al grupo de sabios y descubriendo y poniendo al servicio del bien sus grandes poderes. Pero como siempre, es muy fácil pensar así mientras en ese instante sabían que uno de los suyos estaba muerto y de que al menos habían llegado noticias que apuntaban que dos de los jinetes ya estaban en activo. Y lo más preocupante, uno de ellos iba tras la pista del grupo. Todo apuntaba a que había un traidor ¿cómo si no iba hambre a encontrar tan rápidamente a uno de los suyos? ¿quién había avisado al pobre Diego, pese a que este no entendiera la naturaleza del mensaje y del peligro que le acechaba?... los cinco del grupo sospechaban de Máximo, aquel que provocó la división dentro de la orden, el que los separó para siempre por no querer atarse a los ritos milenarios. ¿Quién sino ese truhán podría haber hecho algo semejante?