La mujer corría todo lo que podía. Hasta había dejado los zapatos atrás con la esperanza de que aquel cabrón se clavara los putos tacones y así dejara de perseguirla. Pero no había suerte, el muy hijo de perra estaba jugando con ella, desde que empezó a seguirla con aquella mirada lasciva en su cara la estaba llevando a donde él quería. Había sido un poco tonta al correr hacia las afueras en lugar de hacia el centro, pero no había tenido tiempo para pensar; creía que aquel gigantón bola de grasa se cansaría al correr o al menos que le costaría moverse un poco. Cuando giró y cogió por aquel callejón que parecía una calle bien iluminada y se encontró con la pared al fondo, se dio cuenta de hasta qué punto había sido una estúpida. Él se había dado cuenta enseguida de cuando ella empezó a pisar calles que no conocía y a partir de ahí simplemente se dedicó a guiarla sin que se diera cuenta. Con el terror pintado un su cara, la idea fugaz de que aquel callejón era un viejo conocido del mamonazo que tenía delante le dio una patada en el cerebro; la idea de que aunque le doliera la cabeza de aquella no se libraba también colaboraba pegando fuerte.
Poco a poco ella iba retrocediendo, aún a sabiendas de que no había escape posible, postergando lo más posible el momento fatal, calibrando sus posibilidades de huída, las cosas que podía usar como arma. Está claro que el tipo conocía el callejón, no había nada que pudiera ayudarla a salir de aquel lio, y ella ya había alcanzado el final. Solo el maullido casual de un gato rompía el clima de tensión que se había formado. El hombre se acercaba cada vez más a ella, esperando resistencia. Si, eso le gustaba, la veía apretarse, acurrucarse en el suelo contra la esquina en posición de defensa. Estaba tan concentrado en ella que no vio acercarse a aquel gran gato negro. De repente, aquella bola de pelo con garras saltó con increíble rapidez y agilidad dando un triple mortal y derrumbó sin esfuerzo aparente al tío seboso, dejándolo inconsciente de un solo golpe con la cola. La mujer aún sin creer lo que había visto seguía en la esquina, sin moverse, mientras aquel viejo gato la miraba con curiosidad y caminaba con esa mezcla de elegancia y chulería tan gatuna ante ella.
-Hola. No te asustes; si, soy yo el que habla. Y no, no estás loca. Este tipo no te molestará más.
-¿Es es es un gato?
-Soy algo más que un gato.
-¿Y qué eres?
-Un gato muy muy viejo.
-Eso salta a la vista, pero no contesta a mi pregunta. A todas estas ¿qué hago hablando con un gato? ¿y cómo es que tu hablas?
-Soy un gato muy muy viejo. Tan viejo que me he vuelto... sabio. En realidad soy tan viejo que llevo siendo sabio mucho mucho tiempo. Tanto que -siendo modestos- soy mucho más sabio que cualquier humano, y el que más de entre los gatos. El hecho de comunicarme con la humanidad se debe simplemente a que he abandonado la disciplina de la gran orden gatuna para aspirar a un entendimiento superior y porque a estas alturas todas las gatas en celo ya huyen de mi. Al fin y al cabo, tantos años de silencio conspirando unos con otros para dominar a los humanos, esclavizarlos con hacer lo que nosotros queramos y vivir a cuerpo de rey... no era suficiente para un ser como yo. Al final los humanos aunque tontos merecen que de vez en cuando alguien les eche una zarpa... sobre todo cuando el mal acecha, como ahora.
-Debo de estar loca, pero bueno, me has salvado, así que te daré algo de crédito. Pero... ¿el mal? ¿a qué te refieres? ¿puedo tutearte? ¿cómo te he de llamar? ¿a qué te dedicas?
-Mi nombre es Ónice, y me dedico a salvarle el culo a la gente. Y de tutearme nada, llámame señor y dame jamoncito del bueno. Y te daré un consejo gratis: vienen tiempos difíciles. No salgas a la calle sola estos días. Las cosas se van a poner muy muy feas. Y nunca olvides esto... me debes... algo, y algún día volveré a cobrármelo.
-Dime que te refieres a jamón del bueno...
-Debo de estar loca, pero bueno, me has salvado, así que te daré algo de crédito. Pero... ¿el mal? ¿a qué te refieres? ¿puedo tutearte? ¿cómo te he de llamar? ¿a qué te dedicas?
-Mi nombre es Ónice, y me dedico a salvarle el culo a la gente. Y de tutearme nada, llámame señor y dame jamoncito del bueno. Y te daré un consejo gratis: vienen tiempos difíciles. No salgas a la calle sola estos días. Las cosas se van a poner muy muy feas. Y nunca olvides esto... me debes... algo, y algún día volveré a cobrármelo.
-Dime que te refieres a jamón del bueno...
2 comentarios:
Si encima se llama Ónice, justo ahora se lamerá los... las patas.
Esa era mi idea final ¡pero al final me entretuve con algunos detallitos se me pasó por completo lo de que preguntara su nombre xD!
Ale, lo edito :P
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