Justo en el momento en que hambre había saltado sobre su víctima, que se había quedado completamente inmóvil con una mueca de sorpresa y espanto al ver a aquel ser depravado y desquiciante acercársele de repente soltando un alarido mezcla de rabia y locura, la ira de Laura estalló con un grito que reventó los cristales de toda la casa y culminó para su sorpresa en una enorme e inesperada bola de fuego que cruzó como un rayo el recibidor; siendo hábilmente esquivada por Arturo, que de un empujón puso a salvo a Alba, terminó estrellándose tras arrancar la puerta y parte de la fachada en un hambre demasiado concentrado en su tarea de exterminar para apercibirse de lo que se le avecinaba, aprisionando con sus miembros al derribado y acojonado Francisco que se debatía como podía, dejándolo chamuscado e inconsciente durante unos instantes varios metros más atrás.
Imaginémonos ahora a John McClane; un tío medio borracho, con muchos problemas personales, metido en un hotel lujoso en sus horas más bajas, haciendo un trabajo que no es el suyo, en una refriega en la que se ha visto metido sin venir a cuento, todo lleno de cristales cristales rotos por el suelo. Ahora ves a los secuestradores: estás cláramente en peligro y la única salida es huír hacia delante. Coges el primer arma que ves, sales corriendo. Ignoras el dolor de los cristales al clavarse en las plantas de tus pies, atraviesas la habitación mientras rayos de todos los colores golpean el mobiliario a tu alrededor. Apuntas sin mirar, tan seguro de que vas a errar el tiro como que solo te queda poco tiempo de vida si no sobrevives atacando porque esconderte no te va a servir de nada. Ahora la cámara se ralentiza y la escena toma un mayor dramatismo. El jefe de los secuestradores echa espumarajos por la boca; afuera hay una enorme explosión y entra de repente mucha luz por el boquete en la pared del fondo. Los rehenes asustados, se parapetan tras los muebles mientras nuestro héroe agita en el aire una botella de un espumoso de los caros, de la cosecha de 1979. No es cocacola con mentos, pero servirá, resuena en su cabeza. En medio de un salto desesperado para llegar desde su posición detrás de una mesa hasta un armario, un tapón de corcho surca los aires, mientras el ambiente a su alrededor chisporrotea y las cosas alrededor se emborronan y parecen hervir. La espuma salpica alrededor mientras nuestro héroe rueda por el suelo clavándose aún algunos trozos más de cristal y justo en el momento en el que el tapón impacta en la cara de Laurita. Ser el único chico que pasaba algo de tiempo con Fran tenía aquellas cosas, se te acababa pegando algo de esto de vivir en las nubes. Eso y tener como únicas amigas a las botellas. Por no nombrar lo que había fumado aquella mañana, algo que le compró a dos tipos que escribían relatos extraños por la calle en lugar de hacer cosas de provecho como todo el mundo. A ellos parecía irles bien...
-¡¡yippee ki yay hija de p...
-¡BASTAAAAAAAAAAAAAA!... sus calláis todos, me teneis hartaaaaaaaa... ¡mirad cómo lo habéis dejado todo!. ¡Ambrosio tardará días (más vale que tarde horas, si no se va a enterar de lo que vale un peine) en limpiar todo esto! ¡y mira al desgraciado ese ahí revolcándose en el suelo, sangrando por todos lados y limpiando con la lengua el charquito de chateubriand que quedó en el suelo! ¡ASCO ME DAIS TODOS! ¡FUERA DE MI CASA Y FUERA DE MI VISTA!
-Pe pe pero estás en peligro!- aventuró a decir Alba en un arrebato de valentía.
-Si, en peligro por culpa de buitres como vosotros, que venís a mi casa y la desvalijáis como ese energúmeno de ahí. ¡Ya os lo podéis estar llevando!. ¡AMBROSIO, ECHA A ESTA GENTE!
-El buitre blanco occidental es una subespecie notable. Durante milenios fue depredador por excelencia; pero tras sucesivos refinamientos, descubrió el arte, la filosofía, la cocina creativa, el móvil y la cirugía estética. Y también los Derechos humanos: egalité, fraternité. Ya no depreda a lo bestia. Está feo. Atrás quedaron el siglo XIX y el reparto de África. Ahora utiliza depredadores intermedios...
Todos miraron a Arturo con cara de sorpresa. Tras la bola de fuego de hace un momento, nadie se hubiera atrevido a hablar así a Laurita en su presencia. Esta se quedó lívida, pero pronto un fuego interior empezó a hervir y le empezó a salir humo por las orejas. Literalmente. Todos estaban prestos a ponerse a cubierto cuando entró Fran corriendo pidiendo ayuda, seguido de una bestia grande, irritada, salvajem, carbonizada y humeante...
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