Trance. Soledad. Autoaislamiento. Introspección. Conocerse a uno mismo para conocer lo que nos rodea. El monje apenas sentía los estímulos externos. Estaba perfectamente concentrado sobre si mismo. La paz interior brotaba hacia fuera, inundando su piel como un baño con sales perfumadas. Se sentía bien consigo mismo, había llevado una vida sana y había intentado ser bueno. Era imposible no caer en ciertas cosas, pero esto también significaba seguir ese gran río que es la vida, y eso lo sabía bien.
De vez en cuando un pensamiento peregrino cruzaba su mente. Estaba en armonía con el mundo, nada podía separarlo ni hacerle cambiar ese estado al que había llegado. Ese trance era imperturbable. O eso creía, solo ese pequeño pensamiento nublaba su recién adquirida inmunidad. Ese pensamiento decía que estaba renegando de su humanidad al intentar fundirse con el universo. Le decía que su paz interior era falsa, que solo significaba que había cosas que le faltaban que no sabía como llenar. El pensamiento casi quebró su concentración, pero no lo consiguió. El monje se felicitó a si mismo por haber podido controlarse y evitar que los malos espíritus sembraran en él la semilla de la discordia.
Había expulsado de si mismo todo aquello que podía desestabilizarle, había por fin conseguido el equilibrio que tanto había buscado. O eso creía, solo ese pequeño pensamiento volvía una y otra vez. Ahora era una imagen, que se fijaba en su mente como una lapa. No se la podía quitar de encima, un sentimiento extraño que quizá nunca había terminado de abandonarlo volvió una vez más a tomar posesión de él. Los años de retiro, las oraciones, nada parecía que pudiera terminar de erradicarlo. Ahí estaba ahora, luchando contra si mismo, en una lucha silenciosa, pero sin cuartel. El resto de monjes ni siquiera se llegaron a percatar de lo que le pasaba.
La desesperación volvía con más fuerza. No daba signos del mal que lo atacaba, simplemente seguía impertérrito a la vista de los demás. Sin embargo, sabía que la cosa no podía quedar así, le dominaba, acabaría volviendo al estado de violencia y locura que tenía antes de que llegara a aquellas tierras por primera vez buscando un remedio para sus problemas, buscando la soledad de aquel viejo templo, buscando el consejo y la guía de algún maestro. No quería volver a sufrir.
Los monjes de toda la sala vieron como se levantaba placidamente. Poco a poco y a pasitos cortos se dirigió al busto del monje guerrero que había levantado aquel lugar y se arrodilló como hacían todos siempre tras sus horas de profunda meditación o cuando se acercaban allí a rezar. Para todos era otra ocasión normal, en la que le dedicaría sus preces, se levantaría y se retiraría por la puerta. Lo que no esperaban es que cogiera la katana del ilustre guerrero y se hiciera el hara-kiri. Cundió la desesperación y el asombro ente todos los presentes menos el maestro, que seguía impertérrito con sus oraciones. Al ser interrumpido, simplemente dijo estas palabras: pensó encontrar la paz alejándose de sus problemas; su estancia aquí fue en valde porque pretendía seguir viviendo sin arreglar nada, conseguir la paz sin pagar un precio. Los dioses lo acojan, porque no fue capaz de ver que la solución a sus problemas siempre estuvo en su mano.
De vez en cuando un pensamiento peregrino cruzaba su mente. Estaba en armonía con el mundo, nada podía separarlo ni hacerle cambiar ese estado al que había llegado. Ese trance era imperturbable. O eso creía, solo ese pequeño pensamiento nublaba su recién adquirida inmunidad. Ese pensamiento decía que estaba renegando de su humanidad al intentar fundirse con el universo. Le decía que su paz interior era falsa, que solo significaba que había cosas que le faltaban que no sabía como llenar. El pensamiento casi quebró su concentración, pero no lo consiguió. El monje se felicitó a si mismo por haber podido controlarse y evitar que los malos espíritus sembraran en él la semilla de la discordia.
Había expulsado de si mismo todo aquello que podía desestabilizarle, había por fin conseguido el equilibrio que tanto había buscado. O eso creía, solo ese pequeño pensamiento volvía una y otra vez. Ahora era una imagen, que se fijaba en su mente como una lapa. No se la podía quitar de encima, un sentimiento extraño que quizá nunca había terminado de abandonarlo volvió una vez más a tomar posesión de él. Los años de retiro, las oraciones, nada parecía que pudiera terminar de erradicarlo. Ahí estaba ahora, luchando contra si mismo, en una lucha silenciosa, pero sin cuartel. El resto de monjes ni siquiera se llegaron a percatar de lo que le pasaba.
La desesperación volvía con más fuerza. No daba signos del mal que lo atacaba, simplemente seguía impertérrito a la vista de los demás. Sin embargo, sabía que la cosa no podía quedar así, le dominaba, acabaría volviendo al estado de violencia y locura que tenía antes de que llegara a aquellas tierras por primera vez buscando un remedio para sus problemas, buscando la soledad de aquel viejo templo, buscando el consejo y la guía de algún maestro. No quería volver a sufrir.
Los monjes de toda la sala vieron como se levantaba placidamente. Poco a poco y a pasitos cortos se dirigió al busto del monje guerrero que había levantado aquel lugar y se arrodilló como hacían todos siempre tras sus horas de profunda meditación o cuando se acercaban allí a rezar. Para todos era otra ocasión normal, en la que le dedicaría sus preces, se levantaría y se retiraría por la puerta. Lo que no esperaban es que cogiera la katana del ilustre guerrero y se hiciera el hara-kiri. Cundió la desesperación y el asombro ente todos los presentes menos el maestro, que seguía impertérrito con sus oraciones. Al ser interrumpido, simplemente dijo estas palabras: pensó encontrar la paz alejándose de sus problemas; su estancia aquí fue en valde porque pretendía seguir viviendo sin arreglar nada, conseguir la paz sin pagar un precio. Los dioses lo acojan, porque no fue capaz de ver que la solución a sus problemas siempre estuvo en su mano.
9 comentarios:
Pues la verdad es que la última frase es muy cierta, porque yo pienso que a veces nos rodeamos de gente que no hace otra cosa que traernos problemas y efectivamente la solución está en nuestras manos.
Miles de besitos y cuídate mucho.
Yo pienso realmente que la solución no es pensar que la culpa de tus problemas la tienen los demás, siempre la tiene uno mismo porque tú eres el que tienes capacidad de decidir, de actuar y de manejar tu vida.
Esta entrada me suena a despedida a David Carradine, no sé por qué. ;-)
Bsillos.
Por desgracia mucha gente, mas de la que imaginamos, creen que la solución a sus problemas es esa.
Y no se dan cuenta que la unica solución es afrontarla sin ningun miedo y con todas sus fuerzas, como muchas veces he oido... tras la tormenta siempre viene la calma... lo que en ocasiones la tormenta dura demasiado.
A mí también me ha recordado a Kung-Fu-Carradine, Mister. Así está montado el mundo, hacemos o compramos para no tener que pensar o afrontar. Y qué felices somos.
Saludos.
Si, la solución está en nuestras manos, si.
Mamen, la entrada la hice hace maś de una semana... ¿predigo el futuro con mis entradas? ¡esperemos que no por dios!
Losada, hay que llegar a unos extremos de desesperación realmente acuciantes para hacer eso. Sin embargo, hay mucha gente que no encuentra otras salidas.
Troglo, el mundo es una mierda... o no, según se mire. Lo que pasa es que muchas veces tenemos una visión de la vida que se nos estropea entre las manos y por mucho que lo intentemos parece que nos es imposible de cambiar y y y .... en fins...
la vida es una mierda y tarde o temprano se termina, pero mientras eso ocurre, a vivir con alegría y disfrutar sin reservas, eso de ser monje no me va nada de nada,
Salu2
Y sin embargo, siempre hay remedio... Tanto cuando la culpa la tienen los demás como cuando la tiene uno mismo... Siempre hay solución...
La opción de huir de la vida para no tener problemas me parece una cobardía impresionante... Besos!!
Bueno, sin reservas sin reservas... se trata de pasar por la vida sin pisotear a los demás, que si todo el mundo va pisoteando a todo el mundo...
Vicky, a veces la cobardía parece la única solución, y luego pasa lo que pasa.
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