El agua empezó a salir por la llave. Poco a poco rebosó por los bordes del recipiente y empezó a caer por todo el suelo. Se fue extendiendo hasta llenar todo el espacio posible de la habitación, mientras escapaba por debajo de la puerta. El agua curiosa se encontró con muchos lugares a los que ir. Sonriendo decidió ir a todos a la vez. Así, se extendió por la salita, por el pasillo, la cocina, el dormitorio y llegó hasta la sala. nunca había visto lugares tan hermosos, pero el agua se cansó rápido de verlos. Suelos duros y fríos, suposo que debían existir otros lugares diferentes. Como no podía subir por las escaleras a ver lo que había arriba (muy frustrante), decidió escaparse por el portón que lucía la fachada de la casa.
¡Oh! ¡maravilla!. Un mundo nuevo y apasionante. Rapidamente corrió bajando los pocos peldaños que la separaban de la acera que bordeaba el verde césped y la oscura tierra. El césped resultó ser bastante divertido. Las pequeñas hojas cortadas le hacían cosquillas y la dividían en pequeños rianchuelillos, aunque también se perdía mucho y se filtraba bajo el verdor. La tierra no le gustaba, porque la absorvía y se empapaba y la transformaba en barro, que la volvía lenta y pegajosa. La acerita era diferente. Se parecía al piso del edificio, pero a la vez era diferente. No podía correr del mismo modo, tenía formas que hacía que se fuera tropezando a cada rato. Sin embargo podía avanzar más y mejor que por el césped o la tierra. Y quería llegar al asfalto, que con ese color negro y su ligera rugosidad parecía interesante. También quería ver al perro del vecino, que estaba más allá de la valla. Nunca había mojado a un perro.
Tantos pensamientos ocupaban la mente del agua que no notó como cerraban el grifo. Empezó a notarse más débil. Ya no crecía más y más, no se podía extender. Aún así, reunió un último esfuerzo para llegar a la calle. Sin embargo no era tal su destino. El sol empezó a secarla allí donde su cantidad era ínfima hasta dejar pequeños charquitos solitarios. El agua sufría, ahora la tierra y el césped absorvían más que nunca, ahora que no podía saturarlos. Se decidía a no perder todo el espacio que había conquistado, pero cada vez se sentía con menos ímpetu. Hasta en la casa, donde no llegaba el sol, estaba empezando a recibir el ataque de la fregona. Seguía debatiéndose en un esfuerzo sin resultados, segura ahora de cual iba a ser su final. Poco a poco cada una de sus gotas se fue transformando, cada pequeño charco se fue alejando, el agua empezó a perder su identidad hasta dejar se ser. Poco a poco dejó de existir, como un dulce sueño que se acaba y donde solo queda la quietud y el silencio.
¡Oh! ¡maravilla!. Un mundo nuevo y apasionante. Rapidamente corrió bajando los pocos peldaños que la separaban de la acera que bordeaba el verde césped y la oscura tierra. El césped resultó ser bastante divertido. Las pequeñas hojas cortadas le hacían cosquillas y la dividían en pequeños rianchuelillos, aunque también se perdía mucho y se filtraba bajo el verdor. La tierra no le gustaba, porque la absorvía y se empapaba y la transformaba en barro, que la volvía lenta y pegajosa. La acerita era diferente. Se parecía al piso del edificio, pero a la vez era diferente. No podía correr del mismo modo, tenía formas que hacía que se fuera tropezando a cada rato. Sin embargo podía avanzar más y mejor que por el césped o la tierra. Y quería llegar al asfalto, que con ese color negro y su ligera rugosidad parecía interesante. También quería ver al perro del vecino, que estaba más allá de la valla. Nunca había mojado a un perro.
Tantos pensamientos ocupaban la mente del agua que no notó como cerraban el grifo. Empezó a notarse más débil. Ya no crecía más y más, no se podía extender. Aún así, reunió un último esfuerzo para llegar a la calle. Sin embargo no era tal su destino. El sol empezó a secarla allí donde su cantidad era ínfima hasta dejar pequeños charquitos solitarios. El agua sufría, ahora la tierra y el césped absorvían más que nunca, ahora que no podía saturarlos. Se decidía a no perder todo el espacio que había conquistado, pero cada vez se sentía con menos ímpetu. Hasta en la casa, donde no llegaba el sol, estaba empezando a recibir el ataque de la fregona. Seguía debatiéndose en un esfuerzo sin resultados, segura ahora de cual iba a ser su final. Poco a poco cada una de sus gotas se fue transformando, cada pequeño charco se fue alejando, el agua empezó a perder su identidad hasta dejar se ser. Poco a poco dejó de existir, como un dulce sueño que se acaba y donde solo queda la quietud y el silencio.
8 comentarios:
no había pensao en lo apasionante de ser una masa de agua curiosa por descubrir un mundo nuevo...;)
y que te haga cosquillas el cesped..I wanna be water!!
Me ha gustado lo de "Nunca había mojado a un perro." jajaja
Pero ¿con el agua no vale eso de que "ni se crea ni se destruye, sólo se transforma"? ;-)
Qué cosas, ¿mejor ser aire que agua?
Mamen, es que lo planteé como si fuese la acumulación de agua la que tenía personalidad, al irse evaporando, absorviendo, etc, pues iba dejando atrás su consciencia. Así que los gases tampoco, que tienden a expandirse pa todos lados, donde cada molécula se separa de las demás...
LittleHeels, es un punto de vista diferente. Lo del césped y las cosquillas lo pudes probar tu, echarte y revolcarte un poco en el primero que veas (vigila por si hay cacas) podría ser un buen experimento xD
jajaja no vale..tu de cacas no hablaste.. :(
Estaría bien que el agua tuviera personalidad y se rebelara, je, je. Ibáis a flipar (yo no, que siempre la he tratado bien).
Bonita historia, Mister.
Pues olvídate de las cacas y sé feliz :) LittleHeels
Troglo, no todas las historias iban a ser tristes y eso. Sobre lo del agua... si el alcohol se rebelara si que la población se echaría a temblar...
¡¡Jajaja!!,
¡¡¡¡¡¡genial historia!!!!!!!
Me ha encantado.
"Las pequeñas hojas cortadas le hacían cosquillas..."¡¡Jajajajaja!
me alegro de que te gustara :)
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