Inteligencia artificial no deja de ser una versión moderna y futurista del cuento de pinocho, del que nunca esconde su inspiración, pero que lleva la historia un par de escaleras más allá (no, no peldaños simplemente). Se convierte en una película profunda donde (paradójicamente dado que se trata de robots) se mueven y remueven muchos sentimientos. Los humanos en general se mueven por sentimientos muy básicos y reconocibles: rechazo, odio, miedo, angustia. Se muestran débiles y fríos. La excepción a esta regla es la madre, que aún así es capaz de afrontar sus sentimientos y volverse fría para quitarse problemas de encima. Desde un cierto punto de vista, se siente manipulada y engañada, han usado sus más profundos instintos de madre como conejillo de indias en una campaña de marketing por una gran compañía. En la película se puede decir que los humanos usan los sentimientos como armas entre ellos más que para expresar cosas en la película. Se puede decir pues que los seres humanos actuan más como catalizadores para crear las concidiones emocionales en el espectador y para potenciar las emociones de los robots de alguna manera. Las actuaciones son geniales y ayudan a que el espectador empatice y se sienta cautivado y atrapado por la ambientación y por el desarrollo de la historia. La forma de rodarla y el toque kubrik consiguen que lo que podría ser un cuento de hadas se transforme en una película completamente malrollista. Si, da mal rollo, te embarga la sensación de que está todo mal, de que lo que pasa no es lo correcto. Y eso lo consigue sin trucos, sin engaños, simplemente poniendo argumentos contundentes en la pantalla, jugando con nuestros sentimientos en el cuerpo y vivencias de ese niño. La esperanza más pura en el mundo de las tinieblas, la vida como un cúmulo de reveses continuo, de desilusiones, de engaños, un niño en su más pura candidez negándose a ver las verdades que le abofetean. Un niño como el que tienes tu y el que tengo yo dentro. Que ha vivido cosas parecidas a las que has vivido tu, que ha tenido esperanzas e ilusiones, que ha querido sentirse amado y encajar en el mundo, que intenta adaptarse para conseguir lo que los demás, muchas veces sin lograrlo. Si, Kubrik lo sabía, es un maestro, y Spielberg era uno de los pocos capaces de rodar la peli y estar a la altura de lo que Kubrik requería. Una película redonda, la última obra maestra de este director.
Y ahora el destripe:
Érase una vez que se era, qué será será, lo que tenga que ser que se sea de una vez ya hombre por dios. En fin, que era una vez un robot celoso de sus hermanos clones por ser tan igual a ellos, sin poder superarlos. Tanto que se escapó a vivir con una familia de verdad para aprender de los humanos como superar sus limitaciones. Como no lo aceptaban volcó su ira contra ellos, incluso intentando matar a su propia madre adoptiva, además de hacerle la vida imposible a su hermanastro. Al padre todo le importaba tres pepinos, él mientras no le fastidiaran mucho le daba igual. El caso es que visto su aparente fracaso salió a vivir la buena vida por un tiempo (el hecho de que lo primero que haga sea agarrarse al primer proxeneta que ve es todo un indicio). Éste le enseña mundo, pero la vida carnal no le satisface, necesita algo más esotérico, más elevado, algo que le acerque a los dioses, superar la barrera de la humanidad recién adquirida. Quiere ser mejor que los humanos en todo y se deja llenar la cabeza de humo para conseguirlo, pues necesita algo que los humanos dominan bien y que los robots no poseen: la locura. Una vez conseguida, una vez superado el estatus de humano, una vez más allá, por fin pudo ser feliz, y para ello llega a esclavizar a una raza superior solo por conseguir que se dispongan a satisfacer sus más bajos deseos y con su ayuda realizar sus oscuros y perversos planes.
Y ahora la puntuación: ¡9 lemmings!
Otras críticas de cine en este blog:
Los crímenes de oxford
88 minutos
Constantine
Kungfu panda
Slumdog millionaire
Watchmen
Shutter island Los cronocrímenes
0 comentarios:
Publicar un comentario