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Era ya avanzada la noche. Estaba en medio de la arena, en la playa. Me despertó el frío y me sentí extraño, como si me hubiera dormido al sol y estuviera febril y quemado. Había tenido un sueño extrañísimo, algo así como que caminaba por el desierto y me hubiera vuelto loco de sed y solo encontara espejismos y ningún sitio donde descansar. De hecho, casi como un sueño dentro de otro sueño, recordaba vagamente haber vivido otra historia más, pero no así qué había pasado, solo que tras despertarse en ese desierto y tras mucho caminar había llegado por fin a un oasis y tras algunos días más había terminado por atravesar el desierto. Meneé la cabeza en un gesto de incredulidad... que imaginación tienes, me dije. Me giré, al lado tenía a la chica más preciosa que existe; habíamos venido a la playa a observar las estrellas, pero como estábamos cansados nos habíamos dormido con los últimos rayos de sol. Observé su cara, su pelo, su placidez tranquila y dormida. Un nuevo calor inundó pecho y me acerqué a ella y la abracé, y junto a ella volví la vista a las estrellas y me maravillé de ese inmenso desierto negro que formaba el cielo nocturno y me dejé embriagar por la dulce sensación de estar con quien amaba.