Estaba febril, de eso estaba seguro. La insolación, suponía, o quizá lo hubieran drogado, o ambas cosas. Ahora hubiera deseado que lo hubieran dejado tirado en el desierto. Mira, ahí entra alguien. Parece ser el dueño de la jaima, y con él va una esclava. Una jóven bella, y con una mirada arrebatadora... o es la fiebre, tanto da.
-¿Qué hacías solo en el desierto? -me dijo en un acento extraño, pero con un dominio de mi idioma perfecto. -Solo los elegidos pueden atravesar el desierto. Ahora me debes la vida, así que habla y empieza a pagar tu deuda.
-Tengo demasiadas deudas que pagar. Mátame y acaba con mi tormento.
Parece que mis palabras lo están haciendo reflexionar. Realmente no valgo nada, no puede venderme, ni estoy en condiciones de ser útil; la vida en el desierto es dura, y una sola boca más que alimentar es un lastre demasiado pesado para los habitantes de este infierno.
-No soy una persona normal, ni siquiera para los estándares de un desierto. Te he salvado por una razón... tienes la marca. Dime que buscas, háblame sinceramente y quizá no sólo te deje vivir, sino que igual puede que hasta te ayude a encontrar lo que buscas.
-Gracias, pero lo que yo busco es algo que solo yo conozco, es algo que solo a mi me atañe y que solo yo puedo encontrar. Tu ayuda sería en vano.
-¡Perro! ¿así es como me agradeces que te salvara la vida?
-Yo no te lo pedí. Realmente quería morir ahí fuera.
La mujer se adelanta hacia mi... ¿qué querrá ella?
-No sabes lo que dices, deliras por la fiebre; ni siquiera mis cuidados y las artes ancestrales que me fueron legadas parecen terminar de curarte del todo. Has de saber que llevas aquí un mes, y que solo hace una semana que sigues consciente.
-Imposible.
-No, te mantengo durmiendo por la gracia de Alá; no malgastes tus energías más por hoy, mañana seguiremos hablando. Ahora toma esto.
-¿Y si no quiero?
-Te lo daré yo. Y si te resistes, aquí mi protector hará que pierdas las ganas de llevarme la contraria.
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