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lunes, 23 de noviembre de 2009

Tumba

Esta mañana excavaban una tumba que no era para mi. Un hueco dejado por la tierra que apelmazada antes ocupaba ese lugar. Simplemente eso. Sin embargo, los humanos no podemos dejar nada sin un significado, sin un sentido y tendemos a rellenarlo con pensamientos, y si no, como en este caso, con carne. Observaba la maniobra, lenta, desagradable, penosa. Las recientes lluvias y la tierra pastiza convertían cada palada en una tortura. El agua se infiltraba dentro del hoyo, de manera que muchas veces el hombre que realizaba el trabajo sacaba más agua que otra cosa. Goterones de sudor perlaban su frente y los duros músculos de sus brazos, acostumbrados a esa árdua faena. No podía dejar de mirar al fondo. Esta no es para mi, me repetía, no lo es. Y sin embargo me sentía dispuesto, preparado para asumir mi sitio, para descansar por fin de las penurias que me agobiaban, para reposar mis doloridos huesos en un sitio donde al fin me aceptaran completamente, donde no tuviera un jefe que sacara fallos a cualquier trabajo, una mujer que se diera la vuelta en la cama para no verme, unos hijos que me ignoraban o se aprovechaban de mi para conseguir lo que querían. Viejo y cansado, miraba como la tierra salía volando y se amontonaba fuera. Y le tenía envídia; sabía que la tierra tenía una misión, que por muy duras que fueran las cosas, que aunque faltara la lluvia mil años, aunque el sol la convirtiera en polvo, aunque el viento la regara hasta en los confines del país, tarde o temprano ayudaría a dar frutos a una semilla. Y daría lugar a una flor, belleza efímera pero suficiente para soportar los duros momentos, algo por lo que vale la pena esperar y trabajar dura e incansablemente, una recompensa, un objetivo.

Sumido en tales pensamientos estaba aquel hombre maduro pero no viejo en el sentido estricto de la palabra. Para ser precisos habría que decir que él estaba avejentado, que la vida lo había puesto a prueba y había salido perdiendo por un margen bastante amplio. No quería volver a casa. Decirle a su mujer que le habían echado de la mierda de trabajo que tenía era casi como despedirse de ella. Las cosas no habían sido fáciles en casa desde hacía bastante tiempo, y sabía lo que ella haría hoy cuando viera su nuevo fracaso. Se dijo a si mismo que no valía la pena postergar más aquel momento, que ya volvería cuando la tumba estuviera completamente abierta, cuando fuese o no de él saltaría y abrazaría la oscuridad. Lentamente salió del cementerio, el único refugio de paz y tranquilidad que había encontrado en aquella vida llena de locura y cosas sin sentido, de gritos y maldiciones, de peleas y enfados. Cabizbajo fue cruzando calles y recorriendo manzanas hasta llegar al edificio donde vivía. Aún quedaban tres horas para su hora normal de salida del trabajo, así que su mujer sabría directamente el por qué estaba allí tan temprano. Subió las escaleras; no tenía prisas y desechó la idea de coger el ascensor. Al llegar le dolían las pantorrillas pues no estaba acostumbrado ni a caminar tanto ni a subir tantos pisos a pie como había hecho hoy. Maldijo por lo bajo el asqueroso trabajo de oficinista que había tenido durante media vida y que no le había aportado nada (solo lo poco que le permitía seguir facilitando una vida un poco más cómoda a su familia).

Tocó en la puerta. Abrió su mujer. Lo miró sin sorpresa, de arriba a abajo sin decir nada. Aguantó su mirada un buen rato. No tenían nada que decirse el uno al otro, no vio reacción alguna en su mujer. No fue tran grave como esperaba, se dijo a si mismo, es solo la táctica de ignorarme hasta que asuma que soy una carga para ellos y me vaya. Así, con este pensamiento en mente, dio media vuelta y aguantando las emociones que le embargaban se aprestó a irse cuando ella lo cogió de un brazo y le hizo volver a girarse y encontrársela de nuevo frente a frente. Ahora su rostro cambió, un profundo gesto de tristeza la invadió y le abrazó. Compungido, sorprendido ante una reacción que él no esperaba, se reprendió por haber sido tan estúpido. Ella llorando, apretándole con fuerza le susurró al oído estas palabras: sé que no ha sido una etapa fácil para nosotros. Últimamente he estado tan frustrada con tantas cosas, tu has estado tan ausente con lo mal que te iba tu trabajo, los críos nos han dado tantos problemas que me he olvidado de cuanto te quería todo este tiempo. Ahora que puedes estar más con nosotros deberíamos recuperar lo que hemos perdido. Te quiero, te quiero a mi lado. Prometo pensar más en nosotros...

Poco a poco en su consciencia se fueron filtrando estas palabras. Si, ella parecía no quererle, pero tenía tantas cosas que llevar, tanto que controlar, todo debía estar impecable, todo debía estar listo. Su trabajo de secretaria también tenía la culpa, la obligaba a obligar a los demás al llevar su propia agenda y la de los demás continuamente al día. Los críos, en edad del pavo, se oponían ante la personalidad impositiva de la madre, que les era asfixiante, y rechazaban la autoridad del padre, al que veían como un mero títere y para nada un modelo de comportamiento adecuado a lo que veían en sus amigos. Sus vidas que al principio fueron felices, poco a poco fueron cada vez más cuadriculadas, pero ahora él era libre, de alguna manera se había roto la jaula. Algo podía cambiar, podía hacer cosas fuera del plan. Quizá ella también se había dado cuenta de eso al pensar las repercusiones que tendría que él estuviera sin trabajo y sobre lo que pasaría si a ella la echaban también. Quizá pensaría como eran las cosas los años de su noviazgo, sus primeros trabajos, como fueron sus primeros años de casados, hasta cuando tuvieron los críos, donde ella dejó la empresa donde trabajaba para dedicarse a ellos. Luego vinieron los apretones y tuvo que ponerse a trabajar de secretaria y fue cuando su mente empezó a cuadricularse. Empezó a obsesionarse con el trabajo, con el control, con los horarios, las citas, debes hacer esto, es mejor que hagas esto otro, haz tu esto porque yo tengo esto y esto... lo que antes fue compartido ahora era impuesto por el bien de la pareja. Poco a poco se fue perdiendo aquello que los unía, cambiándose por burocracia. Y poco a poco se fue haciendo viejo y cada vez más sumiso y desganado. Le iba dando igual todo, se dejaba llevar y controlar para evitar discusiones tontas que siempre acaban mal, se olvidaba de los críos porque pensaba que no tenían ya remedio y empezó a agriarse en el trabajo y a hacer las cosas a disgusto y mal, por lo que perdió en su momento toda oportunidad de ascenso que merecía por veteranía y dedicación. Se dio cuenta de que él mismo puso su propia lápida sobre su tumba al dejarse morir y mirando a su esposa a los ojos y dándole un enorme beso, decidió que aquella tumba no sería para él.

2 comentarios:

Jazz pensó (ingenuamente) que alguien leería esto:

Hola, estoy sin palabras. Tienes una forma de escribir que es asombrosa y me mantuvo en vilo como la mejor novela de la que tengo recuerdo. Eres un escritor nato, talentoso.
Mi humilde opinión.
Saludos,

Mr Blogger pensó (ingenuamente) que alguien leería esto:

Demasiado para mi a estas horas de la mañana... ¡gracias!

 

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