En su loca y desesperada huída, Raoul tropezó y fue alcanzado brutalmente por Guerra, que lo inmovilizó en el suelo sin dejarle escapatoria. Los demás asistieron atónitos a una mirada llena de comprensión y amor, unas bellas palabras que querían transmitir confianza y serenidad y a uno de esos besos de tornillo inolvidables (sobre todo para Raoul). De repente, la figura de Guerra empezó a transmutarse y una luz cegadora... los cegó a todos, que es lo que suele pasar en estos casos.
En ese momento, Ambrosio que estaba oculto en las sombras y al que no le había afectado este suceso, aprovechó para atacar. Derribó a Arturo, que era el único que no tenía órganos en el mismo sentido de la palabra que los demás y que podía orientarse y desempeñar sus funciones perfectamente sin la visión. De hecho, internamente en lugar de atender a los estímulos externos provenientes de su vista estaba pasando una vieja película de Bud Spencer y Terence Hill. Nosequé trinidad pero somos 4 o algo de eso. Luego dejó inconsciente a Rebeca, salpicó de barro a Laura hasta hacerla caer desvanecida de asco y se abalanzó sobre Guerra aprovechando que Raoul estaba catatónico convulsionando en el suelo. En ese momento, Guerra, que ya no era Guerra, se giró con su gran melena rubia y rizada y su cara de ángel que no ha roto un rato pero que oculta una mente perversa, retorcida y manipuladora y una figura estilizada y un par de tetas que también manipulaban lo suyo. Ya no era un mero dios de la guerra, ya no era un Ares o un Marte o Miércole cualquiera, ahora era algo más... o alguien más... se había convertido en Atenea.
-¡Tú! ¿cómo...?
-Yo, si. La diosa de la civilización, de la sabiduría, de la estrategia, de...
-¿pero si tu eras G...?
-¿Gay? no hombre, no.
-me refería a Guerra
-Si, también soy la diosa de la guerra, fíjate tu que casualidad. Soy la leche ¿a que si?
-pero...
-Nada de peros. Si ya sabía yo que algo no encajaba, que yo no estaba bien. Claro, fíjate lo burdo y vulgar que era, ahí todo el día bañado en sangre y demás. Las batallas se juegan desde el despacho, fíjate lo que te digo. ¿Para qué guerrear directamente cuando puedes mandar a capullos estúpidos como Ulises o como Diómedes a zurrarse entre ellos? es taaaan fácil manipularlos... casi tan fácil como a los dioses, claro, basta prometerle a Efesto la mano de Afrodita y ¡ala! ya tienes armas, armaduras y escudos mágicos para repartir entre esos semidioses taaaan creídos o entre esos hombrecillos con ínfulas de poder. Les dices que construyan un caballo de madera y ¡ala! ahí van ellos, to entusiasmaos y...
-¿Alguien quiere hacer el favor de hacerla callar?
Tras esto, toda la sala se queda en tensión, esperando que los dos empiecen a darse mamporros. Salen paquetes de palomitas y refrescos no se sabe muy bien de donde y aún con puntitos de colores dándoles vueltas en los ojos, sonríen esperando un buen espectáculo.
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