El anciano profesor de matemáticas, Rebeca y Máximo elaboraban un plan para atrapar al mayordomo, al tiempo que especulaban sobre si éste sería ya consciente o no de que eran libres. El pobre Máximo se mantenía lejos de su hijo, obviamente avergonzado por todo lo ocurrido.
A Antonio y a Juanjo se les escuchaba gritar y llorar a lo lejos. Agotadas sus energías mágicas, estaban resolviendo sus cuitas mediante el más civilizado método de ver quien aguantaba más patadas en los huevos. Tenían suerte de que Rebeca no participara.
Quienes también se enfrentaban, aunque en este caso fuera dialécticamente, eran Alba y Laurita. Las pullas y las indirectas claramente directas iban y venían de la una a la otra.
Adrián y Raoul estaban jugando entusiasmados al fútbol. Sin comentarios. Menudo momento habían elegido esos estúpidos irresponsables irreverentes...
El aire pareció romperse. Fran había usado sus poderes para llegar hasta su amada Alba. Sin embargo, ella lo recibió con una mirada glacial. Fran bajó la cabeza, abochornado. El silencio era absoluto. No sólo porque se mascaba en el ambiente el mosqueo de Alba con su hasta hacía poco amado. Es que Fran se había traído consigo a los demás, y que unas sorprendidas Zoe y Mel estuvieran en ese momento dándole al cintupene, pues descuadraba bastante.
Y bueno, que Guerra estuviera llorando abrazado a Arturo, y que este último no dejara de citar pasajes de La Guerra de las Galias de Julio César, tampoco ayudaba demasiado a que este reencuentro fuera solemne.
Posiblemente Muerte llegaría de un momento a otro, Ónice estaba seguro. En cuanto llegara, podían lanzarse todos juntos a la caza de Ambrosio y Codicia.
Pero... espera... Ónice volvió a recontar a los presentes. Faltaba uno...
-¡GOOOOOOOOL! -gritó Adrián.
Ónice bufó. Ya sabía quién faltaba. Y ya sabía también como habían conseguido un balón esos dos cabritos...
Continuará
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