Lo que Ónice había supuesto una de sus bolas de pelo regurgitado en alguna de sus opíparas cenas de avestruces en realidad era la cabeza de hambre, que estaba llena de suciedad, pelos y restos de cosas que había por el suelo. Como balón de fútbol era un poco defectuoso, rodaba de manera muy irregular y además lanzaba quejidos cuando le chutaban de puntera.
-¡Goooool! ¡si! ¡Si! ¡SIIIIII!- gritó Adrián a pleno pulmón (o lo que quedaba de él tras años de maltrato fumando todo tipo de cosas).
-Que suerte tiene el cabrón- refunfuñó Raoul.
-¡SIIII! ¡he ganado! ¡soy el campeón de los juegos del Hambre! ¡yupiiii!
-No, aún no has ganado, quiero la revancha. Al mejor de tres.
-Perderás igualmente.
-Eso ya lo veremos.
-Pues venga, te estoy esperando.
-¡Pero no os quedéis ahí parados, id a buscarla! -dijo un Ónice que no salía de su asombro y con cara desencajada. Esta vez Adrián había chutado tan fuerte que la cabeza desapareció muy lejos, tras un recodo.
-Yo no tiré la pelota, te toca ir a buscarla a ti.
-De eso nada, he marcado, te toca ir a ti.
-¡Insensatos! ¡no podemos perder esa cabeza! ¡aún tiene mucho poder!
En la sombra, una sonrisa siniestra se dibujó durante unos efímeros instantes, mientras un borrón corrió en dirección a los restos de Hambre no sin antes desplegar con velocidad y habilidad inusitada una plaga de trampas por el camino...
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