Ónice, Juanjo y Antonio entraron en el hemiciclo. Muerte estaba sentado en el sillón presidencial, echando un vistazo a un montón de periódicos, mientras sorbía lentamente té verde de una taza de porcelana decorada con corazones rosas.
Su aspecto parecía el de un esquelético petimetre de color azulado, con una cabeza que se asemejaba a una calavera de fulgurantes ojos rojos.
-Es deprimente -la voz de Muerte era similar al crujir de las hojas secas-. Se están matando los unos a los otros. En todas partes. De todas las maneras. Todos se matan los unos a los otros... qué lástima.
-¿Miu? ¿No deberías estar contento? Ese es tu trabajo...
-Efectivamente. Y es un bajón que tantos completos desconocidos hagan tan bien tu trabajo. ¿Para que sirvo entonces? No sirvo para nada... para nada...
-Un Jinete del Apocalipsis... ¿con crisis de identidad? Lo nunca visto -maulló Ónice.
-A mí me da pena, el pobre -comentó Antonio.
-¿Qué hacemos? -preguntó Juanjo- ¿Lo matamos?
-¿Matar a Muerte? -se extrañó Ónice.
-Es que Juanjo tiene siempre unas ideas de bombero que...
-Habló el que asó la manteca...
-Estúpido.
-Imbécil.
-Capullo.
-Gilipipas.
-Caramono.
-Cardamomo.
-¿Eso que ye ho?
-No sé, pero te lo llamo...
Después, ambos aseguraron que fue el otro el que lanzó el primer golpe. La cuestión es que ambos se lanzaron el uno sobre el otro, y puñetazos, patadas, hechizos y mordiscos se intercalaron con conjuros, sortilegios, insultos y maldiciones.
Ónice estaba a punto de separarlos cuando se dio cuenta de que Muerte miraba la pelea fijamente, con absoluto interés.
Continuará
miércoles, 23 de enero de 2013
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