Ayer a mi amigo Mr. y a mí (somos minimalistas, sí: uno Mr. y el otro F.) se nos ocurre la feliz idea de ir al cine a ver ésta de J. Edgar. La del director del FBI, ya saben.
Pero no voy a hablar de la película, luego les cuento por qué.
Digamos que cuando nos entra la cosa cinematográfica tenemos principalmente dos opciones: ir a unas salas bastante buenas en las que suelen poner cine independiente y lo menos malo de Hollywood (que no es nada fácil, porque mira que produce bodrios esa industria) o ir a los Multicines Guardería. El caso es que ayer, sin pensarlo demasiado, quizá porque íbamos despistados hablando de otras cosas o porque nos pillaba más cerca y ya era un poco tarde, establecimos el acuerdo tácito de elegir la segunda opción.
Bien, pensamos al llegar allí, esto parece Disneylandia en temporada alta, pero supongamos en un suponer que toda esta chiquillería no está interesada en la biografía de Edgar Hoover. Venga, hay esperanza, seamos optimistas...
...Mierda.
Ocurre algo curioso creo que en todas las salas del mundo: siempre hay alguien que paga por ver una película que ni le va ni le viene. No me refiero a que a mitad de la cinta se le ocurra pensar: vaya, me equivoqué, pensé que sería otra cosa. No. Me refiero a los que desde el minuto uno ya están hablando con el de al lado sobre fútbol, famosos o quién tiene el ordenador más potente (¿frustración sexual?).
Y aquí viene mi pregunta: ya que el cine no destaca por su precio asequible, y estando España como está a las puertas de la muerte económica, ¿no es mejor gastar el dinero en algo que a uno le guste en lugar de algo que le dé igual? ¡Que a lo mejor me equivoco, oye!, pero yo por ejemplo no tiraría mi dinero en una asquerosa comedia americana ni en el Pierce Brosnan ni en ese tipo de torturas. Prefiero ir a ver algo que me llame la atención.
Total que con la tontería no me enteré más que de fragmentos sueltos, de lo malos malísimos que eran los rojos y de lo buenos buenísimos que eran los americanos y de que el McCarthy con su caza de brujas no era más que un aficionado de segunda fila. Tendré que verla de nuevo en un futuro si quiero quedarme con un significado más profundo.
En fin, está claro que esperar educación (o ya no educación sino simplemente un poco de lógica) de determinadas personas es como esperar honradez de un político español. Hay que ser ingenuo.
domingo, 29 de enero de 2012
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2 comentarios:
Te (os) aseguro que en las guarderías hay más educación y sentido común que en muchos cines (y yo de esto algo sé xD).
La verdad es que el tema es para hacérselo mirar. Yo, que soy una gran aficionada a las películas de animación y he ido a ver alguna que otra a salas concurridas de niños he quedado impresionada al ver cómo éstos permanecían en un absoluto silencio mientras los adultos que les acompañaban la liaban parda discutiendo por cualquier motivo ¡¡Vaya ejemplo para los pequeños!!
Al final optamos por ir siempre a la última sesión de los lugares menos concurridos (y si puede ser algunas semanas después del estreno, mejor). En algunas ocasiones incluso nos hemos encontrado los dos solos en la sala. Claro, que en Madrid esto no es difícil, no sé si allá tendrán la misma oferta en cines...
Un saludo.
Estamos de acuerdo en que el mayor problema son los padres. Se han olvidado que tienen un rol como educadores, piensan que están delegando en los enseñantes algo que estos no dan directamente. Aunque es posible que los padres no tuvieran educación y valores directamente...
Aquí tenemos una relativa variedad y para según que horarios y pelis no es difícil tener una sala en condiciones. El problema es la movilidad si no tienes coche.
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