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Un niño sentado frente a un estanque. Aguas limpias y cristalinas, tranquilidad a su alrededor, tiempo libre para hacer lo que le viene en gana y todo tipo de elementos para divertirse a su disposición alrededor. Para hacer feliz a un niño no hace falta mucho. Pero este se mira en el agua y ve lo que no quiere ser, busca algo más en ese reflejo mientras ondas deforman y fluctuan en el espejo, riéndose burlonamente de él mientras el viento agita las ramas de los árboles cercanos. Una hoja ha caído y muchas más seguirán cayendo mientras la mirada del chico ve como las ondas crecen y crecen hasta que ya no pueden crecer más y rebotan y rebotan hasta que vuelven al hombre, que sigue mirando con la vista cada vez más cansada, pero sin apartarla del inmenso misterio que se resuleve ante sus ojos. Cuando quiere darse cuenta, el anciano ha comprendido por fin que lo que ha estado mirando fascinado durante todo ese tiempo es la vida y que ya no puede volver atrás.