Eran las 3 de la mañana. Fran estaba nervioso e inquieto. Dos amazonas voluptuosamente desnudas yacían a su lado en la cama. Parecían satisfechas. Por alguna misteriosa razón, Fran en ese mismo instante deseaba ser fumador y estar echándose un pitillo. Habían sido las horas más intensas de su vida, nunca había vivido nada tan salvaje, y encima eran dos y muy expertas. Estaba como si le hubieran dado una paliza, pero era... ¿feliz?... estaba contento y alegre. O casi. Había una cosa que lo torturaba: esto era el sueño de cualquier adolescente, la fantasía de todo hombre (al fin y al cabo, la adolescencia ocupa el 90% del tiempo de vida de un hombre). Pero aún así, sentía que algo no encajaba, de que algo andaba mal, de que por muy guapo, fuerte, y bien dotado que estuviera (que dada su inexperiencia y el no poder compararse con otros para llegar a determinadas conclusiones, pensó mentalmente descartar todas estas cosas de su cabeza) no podía haberle tocado aquella lotería. Es como si se acercara un hombre a ti en el aeropuerto y te regalara un maletín lleno de billetes, estaba seguro de que tarde o temprano se volvería contra él. Y en cierto modo (Alba), ya lo había hecho. Pero no era que simplemente se hubiera dejado arrastrar despechado (si hubiera sido Laura o alguien "alcanzable" hubiera podido ser hasta normal, pero estas dos chicas eran de otra galaxia o más bien, de otra galaxia metida en otro universo en un espacio paralelo de otra dimensión); ahora veía que había sido manipulado sutilmente, al igual que Zoe y Mel. Y ahora que indagaba, podía notar la magia residual que aún flotaba en el ambiente. No, no era el olor a sexo, que también, era una especie de neblina que cubría sus mentes, que las tocaba suavemente, como una caricia en las zonas precisas de la corteza cerebral para estimular ciertos sentimientos y pensamientos. Por lo que sabía, muchos miembros de los sabios tenían cierta capacidad de comunicación mental, pero él era el que realmente tenía disposición de control y manipulación (gato aparte). Es normal que todos hubieran caído, a Ambrosio le había bastado con mover un poco los hilos. Y él era el culpable, era el que tenía que haber prevenido al grupo, el que tenía que haber combatido todo aquello. ¿Y mientras, qué había hecho? intentar ligar con Alba y protegerla. O más bien sólo lo primero. Ahora tenía que arreglarlo todo, deshacer el entuerto. Pero tenía que ser más listo que Ambrosio, tenía que ser más sutíl. Pero eso sería mañana, con cuidado empezo a acariciar a las dos hembras que tenía al lado y a susurrarles cosas bonitas. Que Alba soltara su furia y se desahogara un rato, él tenía que comprobar hasta qué punto seguían hechizadas aquellas dos (y en caso de habérseles pasado el efecto, ver hasta donde podía llegar él con sus poderes... y con lo que no eran sus poderes). De perdidos al río, pensó...
viernes, 15 de febrero de 2013
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