Pruébame blogger!

Solo y enfermo, la cara oculta entre las manos por no avergonzar a los caballeros que pasaban con sus caballos llenos de alhajas. Menos que mendigos, los apestados como él vivían aparte incluso de éstos. Sucio, hediendo tras meses sin bañarse, con trozos de piel abierta enseñando la carne rojiza, pústulas y una legión moscas buscando el mejor lugar donde poner sus huevos. Pútrido cuerpo reflejo de -según los monjes de aquella ciudad- pecados cometidos en el pasado, tan oscuros y secretos que aún no habían sido expiados y no lo serían hasta exhalar el último aliento. Hasta los perros y demás fieras salvajes rehuían su presencia, conscientes de que comer esa carne enferma sería la peor idea que podrían tener. Balanceándose, como si fuera un ritual ancestral o un salmo infinito, murmurando por lo bajo palabras inteligibles ahogadas por las flemas que se agolpaban en su garganta, buscaba la misericordia suprema: alguien que acabara con su sufrimiento rápidamente, ya que por mucho que quisiera las fuerzas ya no le daban ni para llegar al río.