Pruébame blogger!

Había llegado el momento de la despedida; él le había ofrecido acompañarla, pero como buena chica independiente prefirió ir sola hasta su parada. Cada uno debía tomar su propio camino, cada uno tenía una nueva vida por delante. Juntos se dijeron las últimas palabras... nada triste, pero tampoco se había dejado sitio a una alegría que ninguno de los dos sentía en esos instantes. Solo la indiferencia de quienes saben que pronto se volverán a ver se reflejaba en sus caras. Indecisos, los dos se miran y se separan, cada uno musitando palabras como hasta pronto, nos vemos, pásalo bien, disfruta, buen verano... buenos deseos teñidos de melancolía. Llega el momento culminante, ella se gira y se despide con un beso volado. Él se queda un momento sin saber que decir o que hacer mientras la ve alejarse. Un beso volado... un beso volado cuando podía habérselo dado en la mejilla, cuando podía haber hecho cualquier otra cosa. Un beso volado cuando aún flotaba esa sensacioń de que mañana la volvería a ver. Ahora esa corta despedida comienza a parecerse cada vez más a una ausencia prolongada, como si ella se hubiera subido a un tren imaginario, como si se fuera para no volver más. Si los besos son dulces, este fue el más amargo, el beso de una pérdida, de un oscaso, un beso que presagiaba un oscuro atardecer cuando antes solo había mediodía. Ese tipo de besos que recuerdan lo que se tiene cuando ya lo has perdido.