Antes solía mirar mucho por mi ventana. Coches pasando, personas hablando, perros y gatos haciendo su vida. Mi vida pasando mientas miraba pasar la de los demás, hablando de sus cosas unos con otros o con teléfonos móviles, pensativos mirando al suelo, despreocupados o preocupados con sus cosas. Tenía algo mágico poder verlos desde arriba, como hormiguitas, labrándose un camino, haciendo entre todos un trabajo imaginario, sirviendo a una hipotética reina que los gobierna a todos desde las profundidades de la tierra... desde la ventana parece que no tenían libre albedrío, que actuaban todos en grupo, organizándose de manera extaña para cada uno realizar sus propias tareas. Estar en la ventana y poder verlo todo de este modo daba aires de grandeza, sensación de plenitud, de esar por encima de las cosas mundanas, fuera del tiempo, alejado en el espacio, como un ente superior que vigila las acciones de los hombres, pero que tiene prohibido interferir en sus vidas. Luego, cuando me tocaba caminar por esas mismas calles, me sentía observado, miraba hacia arriba y veía los edificios llenos de ventanas. Pensé para mi que todos somos los dioses de cada uno de nosotros, que todos formamos la conciencia que nos mueve y nos vigila, que todos marcamos los destinos de los demás. Y angustiado por ese sentimiento de dependencia, dejé de asomarme a mi ventana.
viernes, 30 de julio de 2010
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