Noviembre, 1986. Llueve. Graniza a ratos, pero el resto del tiempo llueve condenadamente fuerte. La lluvia ensordecedora no obstante no llega a difuminar los sonidos de la calle. Un camión de la basura, un perro callejero. Tumbado en la cama, de resaca, con la botella en la mano y el mundo girando a mi alrededor. Asco de noche. Asco de semana. Asco de vida. Desde la última vez que la vi en aquel restaurante, con aquel tío, me había abandonado más de lo que jamás pensé que podía abandonarme. Mis miserias se acumulaban... ¡dioses! con razón me dejó por aquel cualquiera. Y sin embargo, aún pienso en todo lo que podríamos haber sido. Sobre todo en tardes como la de hoy. Aún puedo ver el movimiento de sus caderas al andar. Creo que aún escucho el sonido enérgico de sus tacones contra el duro suelo. No, un momento... no son imaginaciones mías. Realmente escucho como se aproximan, lo que resuenan no son ecos de mi memoria, son ecos del sonido que alguien arranca al empedrado de esta calle tan solitaria. ¿Quién podrá ser?. Me asomo no sin dificultad debido a mi estado, bamboleante, con cuidado de no formar parte del mismo piso que ahora oteo en busca de tan peculiar sonido. Ya no llueve, al menos así no tendré que taladrar paraguas con la mirada. Y si, es ella, aún no se ha apercibido de mi silueta en la ventana. Es lógico, está oscuro y mi habitación no tiene nada encendido, las farolas quedan lejos y apenas la luz de la luna ilumina la calle, pero al estar semioculta tras el edificio proyecta sombra sobre la fachada. La suficiente para yo verla a ella, pero ella no a mi. Me pregunto si habrá mirado hacia mi piso, me pregunto si aún recordará que vivo aquí. Me pregunto si aún recordará que vivo. Me pregunto... oh, joder, casi me abalanzo sobre ella. ¡Contrólate!. Si quieres matarte, hazlo, pero no la mates a ella con tu estupidez. Aunque... ¿por qué no? estás así por su culpa. No, no mezclemos las cosas, estás así por propia decisión tuya. No estoy lo suficientemente ébrio, pienso con demasiada claridad hasta para mis estándares. No sé que me pasa. Nunca he sabido que me pasa. Vivo en una perenne borrachera de mi mismo y de mis pensamientos y todo aquello que tienen un mínimo de coherencia pierde sentido en mi cabeza. Por un momento pienso en bajar las escaleras e ir tras ella, pensamiento que lucha y pierde ante otros más fuertes... pero no. Me incorporo, intento correr hacia la puerta y me tropiezo con una silla lastimándome una pierna. Mis manos tiemblan y fallan al intentar descorrer el cerrojo, una, dos, tres veces. Mis pensamientos se aceleran pero mis músculos me fallan. Al final consigo abrirme paso, giro hacia la escalera directamente, el ascensor tarda demasiado siempre. Mala idea, mis pies trastabillan casi al final de la bajada y me hacen caer. Ruedo escaleras abajo hasta que la inercia deja paso a un sólido muro donde se estallan mis ilusiones y se quejan mis costillas. Me incorporo como puedo, medio arrastrándome, agarrándome a los balaustres de la barandilla. Bajo a trompicones lo que me queda y llego hasta el portal. Con miedo y ánsias abro la puerta. La nada me espera, la misma nada que tenía arriba; y como un fantasma se desvanece la ilusión. La vida una vez más se me escapa. Para mi no hay segundas oportunidades...
lunes, 26 de abril de 2010
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5 comentarios:
Sólo me paso para agradecerte el escrito... realmente me ha gustado.
Si me apuras, casi parece la misma historia pero escrita desde el otro punto de vista con respecto a cierto escrito sobre cielos rojos...
¿No has pensado en dedicarte a escribir en serio? Besotes!!!
Gracias Diego!
Que va, somos muy modestos para planteárnoslo siquiera XD (me está llamando plagiador la tía :P)
Ey!!! No!!!! Ni se me ocurriría, leches XD En todo caso, empezaría a plagiarte yo a ti, que tú escribes mejor que yo!! XD Besos!!!!
Jajajaja, en realidad no escribo yo, tengo un par de esclavos encadenados... lástima que solo una cosa de cada 100 merezca la pena...
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