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Perdón por parafrasear a los celtas cortos, pues lo que vamos a contar hoy no tiene mucho que ver con lo que se narra en la canción, aunque si con el título del post. Vamos a narrar una pequeña historia triste en forma de cuento, que dice así:

Érase una vez una niña de tres años. Una niña como todas las demás, traviesa, despierta, de esas que no paran un momento de hacer y pensar cosas continuamente. Al principio, nada nos podría hacer suponer que fuera diferente de los demás niños, pero sin embargo esta niña era especial, aunque ella aún no lo sabía. En su mundo infantil, le quedaban muchas cosas que aprender de la vida, muchos palos que recibir y muchas cosas por las que luchar. Pero ahora lo único que podía hacer era preguntarse con la lógica curiosidad que caracteriza a los niños por todo lo que le rodea.

Todavía pensaba que el mundo era igual para todos, pese a que al contrario que otros niños ella iba en su silla de ruedas. Huesos rotos... vamos, como aquel otro niño que se cayó y tuvieron que escayolarlo. Para ella eso no era ser diferente, ya estaba acostumbrada, no la hacía sentirse especial, era una niña de 3 años y se adaptó a su condición de manera natural. Aún debía superar esa pequeña gran prueba que es sentirse independite para ir afrontando la vida, aún vivía en su pequeño mundo, ajena a los pequeños dramas cotidianos de los adultos, ignorante de sus propios pequeños dramas cotidianos.

¿Cuando un niño empieza a hacerse mayor? en cuanto sus padres empiezan a darle responsabilidades y comprende que tienen que ganarse un lugar en la vida esforzándose y rindiendo cuentas a los demás y a si mismo, en cuanto comprende que sus actos importan no solo por el mismo, sino por los demás, que dejan huella allí por donde pasan, quieran o no quieran, les de igual o no. Y la vida de las personas cambia. A menudo los golpes nos hacen madurar; a veces mas tarde de lo adecuado, a veces de manera demasiado prematura. Y la curiosidad que tienen todos los niños, su forma de ver el mundo y las cosas que no encajan en él, su particular sentido de la justicia, llevó a esta niña a preguntarse por qué su primo, que estaba sentado a su lado, llevaba zapatos y ella no. Esta simple pregunta cambiaría su vida para siempre. La respuesta que recibió fue un golpe tan duro para ella que tuvo que crecer de repente para poder asimilarlo. Tus huesos se astillarán si te los ponemos. Toda tu vida serás frágil como un terrón de azucar, no podrás correr y saltar como los demás, vivirás sobre ruedas el resto de tus días. Estas palabras fueron golpes casi físicos para los que no estaba preparada. Muchas detalles de lo que hasta entonces había sido su vida empezaron a encajar dolorosamente dentro de su cabeza. Su mente se rebeló ante esta realidad tan cruel; desesperada hizo lo que cualquier niño haría en una situación similar y rompió a llorar y se enfureció y maldijo al mundo entero intentando negar esa verdad que se convertiría en una losa para ella. Se había hecho mayor, pero porque en cierto modo había muerto parte de su niñez. La había matado toda una serie de nuevos pensamientos, de nuevas responsabilidades, de nuevas formas de apreciar lo que para siempre quedaría fuera de su alcance, pero sobre todo esto, esa pequeña parte de esa felicidad que siempre habita en los niños se acabó por culpa de una persona ingrata, incapaz de medir el alcance y la fuerza de sus palabras, incapaz de sentir el dolor que causa con su desprecio.