Arturo depositó con suavidad a Alba detrás de unos escombros, protegida de la metralla y los temblores de tierra que los dioses provocaban con sus golpes.
-Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho...
Por un momento, una densa polvareda proveniente del mismo combate hizo que la visibilidad quedara reducida a un par de metros. Aún así, el ruido de los golpes y las vibraciones hacían saber a los presentes que la guerra continuaba sin control.
Y tanto que continuaba sin control... cincuenta garrotes hendieron el suelo y veinte "¡Hey!" se escucharon mientras los Veinte Tarados de la Tarantela y los Cincuenta Indómitos Habitantes de las Estepas Murcianas entraban en escena llevándose todo por delante.
Raoul perdió pie y perdió de vista a Rebeca. Una nube de humo y polvo lo envolvió y le dejó desorientado. Tragó una bocanada de ese insano aire y comenzó a toser, hasta acabar en el suelo, sin fuerzas. Unas manos le agarraron. Raoul sintió como levantaron su cabeza y besaron sus labios, llevando a sus pulmones aire limpio.
Raoul abrió los ojos.
-Atenea...
-No dejaré que mueras.
-Mira que salvarme tú, cuando siempre te están salvando a ti tus caballeros...
-Mira que eres friki.
-Atenea, tengo que confesarte una cosa...
Las manos de Raoul tomaron fuerte las manos de la diosa. Atenea, algo muy raro en ella, se sintió turbada y azorada.
-¿Que... qué tienes que decirme, Raoul?
(dramático momento de silencio)
-Que besabas mejor cuando eras Guerra.
Y tras un espléndido concierto de grillos, Atenea lanzó por los aires a aquel al que no iba a dejar morir bajo ningún concepto.
Continuará
miércoles, 24 de abril de 2013
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