Igual que todo el edificio, aquel pasillo era enorme, protegido o escoltado por habitaciones a los lados, pero diseñado de manera que claramente se viera que la más importante estaba justo al otro lado, al final, con una puerta majestuosa y ricamente trabajada, destacando sobre todo el conjunto, que distaba mucho de ser sobrio aunque sin dejar de ser funcional. Al fin y al cabo, aquel era un edificio de negocios, aunque por momentos se asemejara a un palacio.
Toc, toc toc. Pase y espere cómodo en uno de los asientos, dijo una voz desde el otro lado, aunque yo sabía que llevaba un rato esperándome y que si quisiera me hubiera atendido en ese momento. Típica estrategia para hacer ver que tienes una sala de espera cargada de maravillas y riquezas antes de entrar a un despacho de ensueño. Típica estrategia de emperador que quiere deslumbrar y empequeñecer a sus rivales ante la magnificencia de sus posesiones. Al rato la misma voz, engatusadora y gatuna pero grave y fuerte a la vez, me invitó a cruzar el último umbral entre él y mi persona.
Sin nervios pero con algo de miedo ante la perspectiva de encontrarme con alguien tan importante, avancé por su amplísimo despacho hasta tomar asiento a un gesto suyo. También me invitó a servirme a mi mismo de un delicadísimo vino tinto con pinta de que yo no podría comprarlo con varios meses de sueldo. Me serví para romper un poco el hielo, por curiosidad por probar algo completamente alejado de mis posibilidades y también por darle el gusto a aquel caprichoso millonario.
-Buenas. Mi nombre ya lo conoce, y aunque me he leído su currículo con mucho detenimiento me gustaría que se presentara.- dijo con ese tono del que quiere averiguar información de su enemigo para poder usarla en su contra al mínimo descuído, pensamiento que me vino avalado por la fama que se habría granjeado de duro negociador y oponente hábil a la hora de moverse por el escurridizo mundo de las finanzas y las estrategias comerciales.
-No tengo mucho más que añadir a lo que dice mi currículo de mi, señor. Soy una persona muy discreta y directa y para el puesto que me pide mi deber me exige que me aplique en estas dos cualidades.- dije en un tono que pretendía ser firme y seguro, consciente de que me convenía mantenerme lo más neutral posible si quería conseguir su confianza y ganarme el trabajo.
-Muy bien, eso me gusta. Tiene usted una forma de marcar los límites de nuestra potencial relación que me complace, si señor.
-No es marcar límites, ser secretario de una persona tan influyente como usted implica ceñirme a lo profesional y no mezclar cosas personales por enmedio.
-Oh, no se preocupe, su vida privada no me concierne- dijo con una sonrisa que claramente quería decir que el tipo podía conseguir lo que ahora se le negaba usando procedimientos de cualquier tipo-. Sin embargo, he de decirle que si está dispuesto a tomar este trabajo si que tendrá que ocuparse de algunos de mis asuntos personales. Comprenda que tengo tantas cosas en la cabeza que me sería imposible organizarme de otro modo. Que coño, precisamente para eso contrato a un secretario jajajajaja...
La risa reverberó un rato en la habitación. Resultaba extraño que el sonido se comportase de ese modo en una habitación tan amplia y llena de objetos y telas, donde debería perderse en el vacío o más bien difuminarse en el todo. Un escalofrío involuntario me recorrió la espalda, como avisándome de que estaba a punto de cometer una estupidez al aceptar el puesto. Ya me estaba dejando claro que tendría que manejar cosas que quizá no me iban a gustar. Las malas lenguas y los mentideros le señalaban y le daban una fama que su vida pública se encargaba de desmentir; por momentos esas voces gritaban más y más desesperadas que me largara de allí.
-Venga hombre, arriba ese ánimo. Sólo quisiera hacerle una pregunta más, visto y probado que además de serio, discreto y directo es usted una tumba. Cualquiera diría que no quiere irse de la lengua por si más tarde sufre algún tipo de accidente jejejeje.- y rió con esa risa que bien puede tratarse de un hombe bromista y con buen humor o de una de esas personas que disponen de información que tu no tienes y se congratulan por ello a sabiendas de que pueden y saben manejar tu futuro a su antojo; una amenaza velada más y más inquietud sembrada en mi estado de ánimo. Si no necesitara tan desesperadamente ese dinero...
-Pregunte lo que quiera, señor- dije sin mucho convencimiento y empezando a pensar como zafarme de la pregunta de la manera más elegante posible.
-¿Sabe usted realmente qué significa ser secretario?
-Claro, un secretario es el que lleva el papeleo, las citas, el que organiza su tiempo, el que lleva...
-No, creo que está usted muy equivocado. Quizá sea cierto que en su trabajo también tendrá que hacer eso, pero me parece que no entiende usted -y para ser francos, me temo que solo lo entienden muy pocos- lo que realmente quiere decir ser un secretario. Un secretario quizá haga todo eso, pero no es más que una tapadera; un secretario es el depositario de los secretos, el que guarda a su señor, esto es, yo, el que oculta, el que miente, el que crea una cortina de humo frente a los demás. Es usted mucho más que un organizador, un relaciones públicas, un intermediario entre yo y los demás. Usted será yo en cierto modo. El yo que yo quiero que vean los demás. De usted dependo completamente y le aseguro que si me falla yo no caeré. No soy tan tonto. Ya he tomado medidas para que eso no pase. Usted es mío desde que lo vi por primera vez, sin que usted lo haya sabido, sin que usted lo haya sentido. Es usted mío y yo haré con usted lo que quiera. No tiene posibilidades de huír porque lo que debe me lo debe a mi; yo me he encargado de que su alma sea mía, pero no quiero que usted se sienta forzado. Necesito que me diga si quiero, como en las bodas, una entrega total y sincera. Si no, esto nunca funcionará. Necesito que esté conmigo desde ya, en mi mismo barco, siguiendo mi mismo rumbo Venga y será rico y dejaremos ciertos asuntillos atrás -pero no enterrados ni liquidados, le reitero que usted es de mi propiedad-, niéguese y sufra las consecuencias. No tiene ninguna forma de herirme ni de dañarme, sin embargo -y usted lo sabe ahora claramente- yo puedo hundirlo a usted. En fin, demasiada cháchara me aburre y me pone de mal humor. Usted dirá.
Con lágrimas en los ojos, completamente hundido y desesperado, habiendo caído en la trampa que quería evitar, habiendo puesto mi propia vida y la de mis pocos seres queridos en las manos que nunca las quise ver, engañado por mi desesperación, obligado por las circunstancias y odiando cada día futuro de mi existencia en aquel sitio y con aquellas reglas, sellé el pacto con aquel diablo y le vendí un alma que ya era suya porque se la había comprado a otro a quien se la había vendido antes. Así firme mi sentencia de muerte, una muerte lenta y dolorosa, atado de una forma en que cualquier resistencia provocaría más dolor.
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