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domingo, 6 de mayo de 2012

Primavera

Las primeras pruebas que hice fueron sencillas pero muy frustrantes. No conseguía entender la naturaleza de mi don y no funcionaba como yo hubiera querido o esperado. La primera cosa que pensé fue encender una pequeña hoguera, buscar darme calor desde fuera como antaño, pero siendo yo quien encendiera la llama. Fue complicado encontrar ramas secas en aquel lugar tan vacío, frío y húmedo. Pasé varios días buscando una manera de aislar las ramitas y la hierba que había podido encontrar para que se secaran lo más posible antes siquiera de intentar nada. Mientras tanto, buscaba dentro de mi mismo la forma de hacer salir ese calor afuera, siempre con miedo de que al hacerlo me abandonara y mi ser se hundiera de nuevo en la desesperación. Afortunadamente parecía que ese calor estaba unido a mi voluntad y mi esperanza de conseguir algo más a partir de él. Mis intentos de producir fuego usando mi calor fueron agotadores y sin resultado aparente. No hubo forma de encender nada, ni siquiera llegué a ver una chispa o un mínimo rastro de humo pese a intentarlo durante semanas. Ya solo y acongojado, salí de mi cueva con rabia, gritando al cielo desconsolado porqués que nunca me serían contestados. Henchido de rabia y de dolor me desplomé sobre el suelo frío y cubierto de una fina capa de nieve casi helada, incapaz de amortiguar el peso de mi cuerpo y produciéndome un fuerte golpe en el proceso. Lloré desconsoladamente y el leve fuego de mi interior empezó a consumirse para mi total desesperación. Al darme cuenta, con el pánico a flor de piel paré de llorar, y atemorizado empecé a buscar alrededor alguna pista del calor que sin querer había dejado escapar. Durante esta búsqueda reparé en una pequeña flor que mi cuerpo había aplastado. Tenía pinta de frágil, la misma que tenían todas las plantas de aquel lugar azotado por las más duras tempestades y la temperatura más baja. La pérdida de calor y mi ropa húmeda por el haber mi cuerpo derretido levemente y para mi sorpresa la nieve helada, me transmitía un frío aún más intenso, pero no podía dejar de mirar esa pobre flor que mi cuerpo había escachado. Duras eran las condiciones en las que vivía, pero aún así estaba plenamente desarrollada, con las hojas cerradas, protectoras, esperando un momento de sol y calor para realizar sus funciones vitales, para dar sentido a su vida. Igual que yo, pensé, igual que yo. Con cuidado y un cariño surgido de la empatía, rocé con mis dedos la pobre planta moribunda y un calor nuevo e intenso surgió de mi y alimentó a la planta, la cual pareció volver a la vida y abrirse durante unos momentos en los cuales yo incrédulo y pasmado observaba por primera vez que tenía el poder de la primavera.

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