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viernes, 21 de octubre de 2011

Paz

Arrastraba pesadamente los pies por el suelo. Nada de lo que había hecho me hacía sentir bien, sabía que en algún momento creía en muchas cosas que poco a poco se habían ido desdibujando. Cargaba con una culpa que en su momento creí necesaria. Las ideas o mejor dicho, los ideales, esos que pueden serlo todo para una persona y definirla, esos que pueden cambiarse en cualquier momento, como si fueran una chaqueta. Esos que juré proteger y servir fielmente... ahora veía lo caducos que eran, lo injustos, lo egoístas. No solo no había podido ser feliz, las antiguas batallitas ganadas, la euforia de los logros conseguidos, la adrenalina que corría por sus venas en aquellos tiempos donde todo era más fácil, solo había una raya que dividía el mundo en dos, conmigo o contra mi y yo sabía muy bien donde estaba. Si, que tonto fui durante todo este tiempo, cuanta energía y recursos gastados, cuantas mentiras, cuando odio... ¿y todo para qué? no lo sé. De hecho, ahora estoy seguro de que nunca lo supe. Si en aquel entonces hubiera sabido lo que ahora sé... mi vida y la de mucha otra gente hubiera sido diferente. Y ahora me hayo rodeado de gente de todo tipo, y no me siento excluído, ni odiado, ni temido. Siento un desprecio que me he ganado a pulso, pero que con el tiempo he conseguido atenuar; el mismo tiempo que me ha ido cambiando a mi. Ahora creo que la convivencia es posible, que se puede luchar por algo sin imponerlo a los demás, defender posturas sin tratar de forzar las cosas para que todo sea según nuestro punto de vista. Ha llegado el momento de cambiar. Otras veces lo intentamos pero algunos "compañeros" (aunque muchas veces he dejado de pensar en ellos de ese modo porque ya no sé por qué hacen lo que hacen ni sé por qué tengo que defenderlos u ocultarlos) siempre terminaban saliéndose con la suya. Es lo que tiene no saberse rendir ante la evidencia. Al llegar al final, sumido en estas reflexiones, levanté la cabeza y por fin conseguí encarar a la hija de aquel que en su día asesiné. Llevaba mucho tiempo pensando como sería, qué diría, qué respuesta o actitud tenrdía ante mi, barajando posibilidades, con miedo de afrontar los errores de mi pasado. Al fin y al cabo, nunca podría arreglar lo que había hecho. Yo lo sabía, ella lo sabía. Nos miramos: veía mucho odio encerrado, pero a la vez compasión y ganas de saldar las deudas del pasado y poder vivir en paz y sin miedo. Intenté hablar en tres o cuatro ocasiones pero no me salían las palabras. No sabía qué tenía que hacer en estos casos, nunca me planteé que esto pudiera ocurrir, en esa época no me planteaba nada, no pensaba, vivía del miedo y del rencor, del odio y la frustración, no me enfrentaba a personas de carne y hueso, sino a enemigos. Ahora viendo a la chica llorar enfrente de mi y de mi impotencia ya no sabía qué hacer ni donde meterme. Solo me quedaba una cosa. Abrí los brazos esperando encontrarme resistencia, esperando encontrarlos vacíos, despreciados. Para mi sorpresa la chica vino y se dejó abrazar y lloró en mi pecho, mis propias lágrimas mojaron su pelo y le escurrieron por el rostro mezcándose con las suyas. Ese momento terminó de cambiar mi vida para siempre. En ese momento, al fin hubo paz en nuestos corazones.

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