Pruébame blogger!

Ensucié mi cuerpo metiéndolo en el sucio y turbulento río para buscar oro. Hundí mis pies en el lodo de la orilla con la esperanza de conseguir aunque solo fuera una pepita de tan preciado elemento. Unté mis manos, mis brazos, mi torso, trabajando duro de sol a sol. Quise buscar oro entre el barro y solo encontré más barro, y harto de que solo hubiera barro en mi vida decidí dejarlo, descansar, reponer fuerzas y buscar otras cosas en otro lado. Pero el barro seguía ahí. Secó sobre mi piel, sensación incómoda bajo mis ropas, sobre mi cuerpo. Al principio intenté quitármelo, y eliminé lo mayor, pero aún tenía barro por todos lados. Siguió secando, el barro se convirtió en suciedad, en tierra incrustada y adherida en todos mis poros. Con mis manos, pasándolas sobre mi, arrancaba lo más superficial de este polvillo, polvo, granitos, piedritas, una mezcla heterogenea que terminaba formando una especie de arenilla. Manos llenas de arena. Arena que va resbalando entre estas poco a poco, como el paso del tiempo. Y con el paso del tiempo esa arena terminó cayendo y solo quedó el tacto de lo que una vez estuvo pero se fue. Y así, casi sin darme cuenta, terminé limpio y pude volver a retomar mi vida.